El relato del leproso

Yo estaba harto de no tener respuestas. Estaba harto de que la gente se apartase en cuanto me oía cerca. Estaba harto de que los puros me señalasen con el dedo y se rieran de mi castigo. Entonces me hablaron de él. “Es diferente” –decían–. Y yo les creí, porque lo necesitaba, porque algo muy dentro me decía que no perdiera la esperanza. Entonces me dijeron que iba a pasar cerca, y no lo dudé. Salí a buscarlo. Muchos me querían hacer desistir. Pero seguí. Y cuando estuve con él le dije: “Si quieres, puedes limpiarme”. Muchos alrededor se reían de mí o cuchicheaban con mala fe. Pero él no se rio. Me miró muy serio, y muy amable. Y dijo “Quiero”. Al tiempo que lo decía, me tocó. ¡Me tocó! ¿Sabéis lo que significa una caricia para alguien a quien nadie ha tocado en años? Él lo hizo. Y de golpe me descubrí limpio, sanado, con la sensación de poder comenzar de nuevo. Y ahora, solo quiero hacer lo mismo. Tocar heridas. Responder con amor al dolor. A su modo.