Te amo
Así dice el Señor. Cuando eras muy joven, ya te amaba. Desde siempre te llamé. Te enseñé a caminar, te alzaba en brazos, y reía con tus risas, y me entusiasmaba con tus avances. Cuando algo te hería, yo era quien te curaba, aunque ni te dabas cuenta. Intentaba que también tú aprendieses a amarme, y a amar a los otros del mismo modo. Yo quería quitarte el yugo que te oprimía, las losas que te iban aplastando, las cargas inútiles que te ponías en la vida. Quería alimentarte, con mi palabra, con mi historia, con la llamada al encuentro. Pero tantas veces te negaste a escucharme… Tantas veces te alejaste. Tantas veces también tú crucificaste prójimos, sueños, esperanzas y promesas. Tantas veces no hubo hermano ni Dios en tu horizonte. Se me encoge el estómago, se me conmueven las entrañas por eso. Pero no me enfadaré, no te abandonaré ni me rendiré, yo espero de verdad enamorarte. Porque yo soy Dios, y no hombre. Soy espíritu de amor en ti, y no enemigo a la puerta.
(Rezandovoy, adaptación de Oseas 11, 1; 3-4; 8-9)