Cuando vino la luz

Estábamos ciegos,
sumidos en la oscuridad
sin saberlo.
Creíamos tener el control
de vidas y haciendas,
de leyes y ritos,
de corazones y cuerpos.
Confundíamos realidad
con deseos,
llamábamos verdad
a lo que solo eran sueños
Hasta que se hizo la luz,
y empezamos a vislumbrar
grietas en las paredes,
arrugas en el alma,
lágrimas en el rostro,
flaquezas en la entraña.
Hubo quien, entonces,
temió que el fulgor desvelase
solo miserias,
y optó por cerrar los ojos.
Pero el que se atrevió
a mirar descubrió,
más allá de las heridas,
una presencia distinta,
un amor sin cadenas,
a Dios…
Dios es el que late
en lo hondo
y da sentido
a las batallas cotidianas.

(José María R. Olaizola, sj)