Lázaro hoy
Ahí está Lázaro, sentado a la puerta de la casa del rico que festeja y banquetea. Y como Lázaro, tantos hombres y mujeres tirados hoy en las cunetas, alzando sus voces y sus brazos para pedir ayuda, para pedir alivio, para pedir compasión. Víctimas de cadenas y esclavitudes. De pobreza y hambre. De explotación y abusos. Gente de ojos gastados y gesto triste. Que miran, y quizás, esperan que alguien tenga tiempo para ellos.
Ahí está el rico que banquetea, indiferente a la necesidad de su vecino. Y como él, tantos hombres y mujeres perdidos en dinámicas absurdas. Son los insaciables, los frívolos, los acaparadores. Siempre pendientes de sus propios apetitos y aficiones. Siempre empezando las frases con un «yo». Siempre encontrando excusas para no abrir los ojos, la puerta o el corazón al prójimo.
Algún día será tarde para desandar el camino, para poner remedio, para gritar que otro mundo es posible. Algún día. Pero no hoy. Hoy todavía estamos a tiempo. Hoy todavía es momento de mirar alrededor, y trenzar redes de compasión y cordura, de justicia e igualdad, de dignidad para todos, pues todos somos hijos del mismo Dios y hermanos. Ahora, hoy, es el tiempo. Para que, un día, no tengamos que decir, con tristeza: «Ojalá lo hubiera sabido».
(Rezandovoy, adaptación de Lc 16, 19-31)
Ahí está el rico que banquetea, indiferente a la necesidad de su vecino. Y como él, tantos hombres y mujeres perdidos en dinámicas absurdas. Son los insaciables, los frívolos, los acaparadores. Siempre pendientes de sus propios apetitos y aficiones. Siempre empezando las frases con un «yo». Siempre encontrando excusas para no abrir los ojos, la puerta o el corazón al prójimo.
Algún día será tarde para desandar el camino, para poner remedio, para gritar que otro mundo es posible. Algún día. Pero no hoy. Hoy todavía estamos a tiempo. Hoy todavía es momento de mirar alrededor, y trenzar redes de compasión y cordura, de justicia e igualdad, de dignidad para todos, pues todos somos hijos del mismo Dios y hermanos. Ahora, hoy, es el tiempo. Para que, un día, no tengamos que decir, con tristeza: «Ojalá lo hubiera sabido».
(Rezandovoy, adaptación de Lc 16, 19-31)