El niño que un día fuimos

Todos los adultos fuimos un día niños. Los hombres buenos y los hombres crueles. Las mujeres sabias y las necias. Los creyentes y los que rechazan a Dios. Jesús fue niño. Y el Bautista lo fue. Niña fue María, y niño José. Los grandes científicos, jugaron, de críos, con otros como ellos. Y muchos soldados rieron, de niños, inventando la guerra, sin sospechar que un día ya no sería un juego. En la niñez se fueron gestando sueños, pesadillas, anhelos. Aprendimos de nuestros padres, de quienes estaban alrededor. Aprendimos a mirar, a buscar, a soñar. Y fuimos creciendo… convirtiéndonos en lo que hoy somos, a base de encuentros, golpes, alegrías, amores y miedos.
Ahí, muy dentro, sigue el niño que cada uno fuimos, aún abierto a crecer. Sigue habiendo una inocencia primera que pugna por emerger. Sigue habiendo posibilidades, aunque ya hayamos recorrido muchos caminos. Y si miramos alrededor, y advertimos en el brillo de otros ojos la misma chispa de infancia que nunca se apaga del todo, podremos dejar que sigan creciendo los mejores frutos de la vida: el amor, la fe, la justicia y la capacidad de construir un mundo mejor.

(Rezandovoy)