Pentecostés
Es difícil explicar lo sucedido. Estábamos juntos, rezando. Hacía días se había ido. Esperábamos. Sin saber muy bien qué. En cada uno de nosotros se mezclaban los sentimientos. La alegría por saber que la muerte no había vencido, y la tristeza porque ya no le teníamos con nosotros. Las ganas de proclamarlo, y el temor a las autoridades, que podían castigarnos. La fe en él y su buena noticia, y la conciencia de nuestra propia fragilidad…
Entonces, ocurrió. Como un fuego, como una presencia, como una fuerza que rompiese nuestras barreras y resistencias. Entonces creímos, tal vez como nunca antes habíamos creído. Supimos que era cierto, que estaba con nosotros, para siempre.
Y la alegría asomaba a los ojos, a los corazones, a los labios. Salimos a la calle, y empezamos a contarlo. Con tal convicción y certidumbre, que cualquiera nos entendía. El júbilo era contagioso. La valentía, nueva. La justicia, plena. La misericordia, eterna.
Ahora sí, estábamos preparados para ir a todo el mundo y proclamar el evangelio.
(adaptación de Hch 2, 1-11, por Rezandovoy)
Entonces, ocurrió. Como un fuego, como una presencia, como una fuerza que rompiese nuestras barreras y resistencias. Entonces creímos, tal vez como nunca antes habíamos creído. Supimos que era cierto, que estaba con nosotros, para siempre.
Y la alegría asomaba a los ojos, a los corazones, a los labios. Salimos a la calle, y empezamos a contarlo. Con tal convicción y certidumbre, que cualquiera nos entendía. El júbilo era contagioso. La valentía, nueva. La justicia, plena. La misericordia, eterna.
Ahora sí, estábamos preparados para ir a todo el mundo y proclamar el evangelio.
(adaptación de Hch 2, 1-11, por Rezandovoy)