Después del sepulcro
María corre, con una mezcla de ilusión, sorpresa, incomprensión… pero sobre todo con la alegría profunda de quien ha recuperado lo que más ama: «¡Está vivo!»
No sabe si reír o llorar. Se siente ligera y casi danza al caminar, con ese júbilo que se experimenta en los momentos más especiales de la vida. Está deseando contarlo, compartir esta buena noticia.
Entra donde están los otros… cabizbajos y tristes. Habla en voz alta, con rapidez. Tanta que le tienen que pedir que se calme. Pero a medida que cuenta lo que ha ocurrido ve cómo se enciende un fulgor nuevo en los ojos de los discípulos. Un fulgor de esperanza, de reconocimiento. Su amigo vive. Lo creen.
Entonces se vuelve hacia María, la madre de su amigo. Se miran, incapaces de decir nada. Y las dos se funden en un abrazo.
(Rezandovoy)
No sabe si reír o llorar. Se siente ligera y casi danza al caminar, con ese júbilo que se experimenta en los momentos más especiales de la vida. Está deseando contarlo, compartir esta buena noticia.
Entra donde están los otros… cabizbajos y tristes. Habla en voz alta, con rapidez. Tanta que le tienen que pedir que se calme. Pero a medida que cuenta lo que ha ocurrido ve cómo se enciende un fulgor nuevo en los ojos de los discípulos. Un fulgor de esperanza, de reconocimiento. Su amigo vive. Lo creen.
Entonces se vuelve hacia María, la madre de su amigo. Se miran, incapaces de decir nada. Y las dos se funden en un abrazo.
(Rezandovoy)