Yo, que te quiero

En los días buenos te he respondido. Cuando las cosas iban bien yo estaba contigo. Te cuidé y te hice sentir que éramos aliados. También en tus sombras, en los días grises, en los momentos de oscuridad, he querido gritarte: «¡Ánimo! ¡Sal! ¡Ven a la luz! No te rindas».
Habrá en tu camino lugares donde descansar. Habrá pan en tu mesa, y aunque haya etapas de desierto, te llevaré hacia oasis donde puedas reponerte. Yo, que te guío, te quiero con pasión. Haré que tus pasos encuentren el sendero y que puedas sortear las dificultades. E igual que tú, otros muchos, hombres y mujeres, de todos los países, de todos los tiempos. Juntos cantaréis, y os alegraréis, cuando os deis cuenta de quién soy Yo.
Sé que a veces pensarás que te he abandonado, que no me oirás, que te asaltará la duda, la desazón o la incomprensión, y te preguntarás si acaso te quiero. Pues bien, no lo dudes: jamás te olvidaré ni dejaré de amarte. Más incluso de lo que una madre quiere al hijo salido de sus entrañas. Yo, tu Dios, te quiero.

(Rezandovoy, adaptación de Is 49, 8-15)