Extiende tu mano

Estaba yo en la sinagoga. Mi brazo estaba paralizado, atrofiado desde hacía tiempo. Incapaz de moverme, de tocar, de abrazar, de agarrar nada. Jesús me miró y me invitó: «Levántate, y ponte ahí en medio». Lo hice. Algunos hombres, que no entienden de amor, murmuraban que siendo sábado no se podía hacer nada. Jesús les dijo: «¿Qué está permitido en sábado, hacer lo bueno o lo malo, salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados. Jesús miró alrededor, enfadado con ellos. Luego me miró a mí y me dijo: «Extiende la mano». Lo hice, con una mezcla de confianza y deseo profundo. Y, sin casi darme cuenta, estaba curado. Me invadió la alegría, la gratitud y la esperanza. Los fariseos siguen sin entenderlo, pero yo sé que Jesús quiere, ante todo, devolver la vida a lo que está inerte.

(Mc 3, 1-6 narrado por el hombre sanado, por Rezandovoy)