La oración de una leprosa

Tú, Señor, has venido, me lo has pedido todo y yo te lo he entregado.
Me gustaba leer, y ahora estoy ciega.
Me gustaba pasear por el bosque y ahora mis piernas están paralizadas.
Me gustaba recoger flores, bajo el sol de primavera, y ahora no tengo manos.
Mira, Señor, cómo ha quedado mi cuerpo antaño tan agraciado.
Pero no me rebelo.
Te doy las gracias. Te daré las gracias por toda la eternidad,
porque, si muero esta noche, sé que mi vida ha sido maravillosamente plena.
He vivido el Amor y he quedado mucho más colmada de cuanto mi corazón haya podido ansiar. ¡Padre, qué bueno has sido con tu pequeña Verónica…!
Esta noche, Amor mío, te pido por los leprosos del mundo entero.
Te pido, sobre todo, por quienes la lepra moral abate, destruye, mutila y destroza. Es sobre todo a ellos a quienes amo y por quienes me ofrezco en silencio, porque son mis hermanos y hermanas.
Te ofrezco mi lepra física para que ellos no conozcan el hastío, la amargura y la gelidez de la lepra moral.
Soy tu hija, Padre mío; llévame de la mano como una madre lleva a su hijito.
Estréchame contra tu corazón como un padre hace con su hijo.
Húndeme en el abismo de tu corazón, para habitar en él, con todos a quienes amo, por toda la eternidad.

(Verónica, en Con infinita ternura, de los hermanos Jaccard)