¡Ten compasión de mí!

Hay quien nunca pide nada;
quien se siente invulnerable,
y se basta con sus manos,
sus certezas y sus fuerzas.
Hay quien lucha contra todo
y contra todos,
protegiéndose del fracaso
tras una coraza
de autosuficiencia.
Hay quien, en la zozobra,
aprieta los dientes
y sigue adelante,
sin suspiro ni lágrima,
sin quejido ni vacilación.
Hay quien jamás extenderá la mano
esperando que alguien tire de ella.
En esa soledad equivocada
se enroca el más necio de los necios.

Pero hay quien, un día
es capaz de gritar,
«Ten compasión de mí».
Lo gritas a Dios, al prójimo, al mundo.
Y en esa confesión de flaqueza,
de debilidad,
en ese saberte vulnerable
y despojado,
en ese acto de confianza pobre,
te vuelves el más sabio de los hombres.

(José María R. Olaizola, SJ)