Perder la vida

Perder la vida,
liberar una existencia,
cultivar una amistad,
sanar una esperanza.
Después ya pueden desaparecer
disfrutando su estreno
por caminos inéditos
sin dejar su dirección.

Perder la vida
derramando los días
sobre frentes sin etiqueta
de sinagoga o de partido,
sobre buenos y malos
como la lluvia y el sol
que regala el Padre de todos.
No querer contabilizar
si nuestros esfuerzos
han resbalado estériles
sobre la piel cerrada
hasta el polvo del camino,
o si han calado fértiles
hasta el secreto
donde germina la vida.

Perder la vida
como el que apuesta
un jornal con su cansancio
o la fortuna heredada.
Gira la ruleta
trucada por los amos
que controlan el casino,
y deciden que nuestro número
no cabe en este tablero.
Se roban nuestro esfuerzo
y nos dejan entre las manos
un billete sin premio.

Los seres nuevos,
la entrega de los días,
la apuesta audaz,
nacen de vidas
tan perdidas a sí mismas,
que el Espíritu de todos
las esconde en su misterio
como en papel de regalo,
para abrirlas entre el pueblo
el día de la fiesta sin ocaso.

(Benjamín G. Buelta, sj)