La viga en el ojo
¿Quién me nombró juez
de mis hermanos?
¿Quién me convirtió
en perseguidor
implacable,
dispuesto a señalar
cada falta,
cada error,
y cada carencia?
¿Cuándo me otorgaron
el poder de condenar?
¿En qué espejo
de extraña
perfección creí reconocerme,
para señalar, con dureza
los fallos ajenos?
Qué ceguera, Señor, la mía.
Qué soberbia
disfrazada de virtud.
Qué dureza
revestida de méritos.
Qué inconsciencia
sobre mis pies de barro.
Ayúdame a evitar
veredictos y sentencias,
y que sepa dejarte a ti
ser Juez y Padre
de todos.
(José María R. Olaizola, SJ)
de mis hermanos?
¿Quién me convirtió
en perseguidor
implacable,
dispuesto a señalar
cada falta,
cada error,
y cada carencia?
¿Cuándo me otorgaron
el poder de condenar?
¿En qué espejo
de extraña
perfección creí reconocerme,
para señalar, con dureza
los fallos ajenos?
Qué ceguera, Señor, la mía.
Qué soberbia
disfrazada de virtud.
Qué dureza
revestida de méritos.
Qué inconsciencia
sobre mis pies de barro.
Ayúdame a evitar
veredictos y sentencias,
y que sepa dejarte a ti
ser Juez y Padre
de todos.
(José María R. Olaizola, SJ)