Sal

Estaba listo el banquete.
Se hacía la boca agua
al contemplar manjares
presentados con esmero.
Cada plato seducía
más que el anterior.
Había propuestas
para todo paladar.
Los invitados anticipaban
con la vista
sensaciones prometidas
en el festín ingente.
La cortesía duró un instante.
Se abalanzaron,
ansiosos, sobre el convite.
El ansia dio paso
a la desilusión.
Se miraron, decepcionados.
Nada tenía sal.
Si hubiera estado
no la habrían extrañado.
Pero sin ella
ningún sabor encajaba.

(José María Rodríguez Olaizola, sj)