En el templo

Necesito un látigo
que restalle fuerte
para golpear, con estruendo,
cerca de las poltronas
y las tarimas,
donde se encaraman
los que mienten,
los que comercian con miedo
y levantan celdas de oro.
Necesito unas manos
cerradas,
frente al mercader de credos;
una mordaza de hielo
y una palabra de fuego
para silenciar
al embaucador
y proclamar tu evangelio.
Necesito un corazón
cargado de coraje
y resistencia
para no dejarme llevar
por lo cómodo, lo injusto.
Necesito una ventana
que me permita asomarme
a Ti, Jesús,
forjador de lo eterno.

(José María R. Olaizola, sj)