Publicano

Pensaba que podía todo
que yo me bastaba,
que siempre acertaba,
que en cada momento
vivía a tu modo y así me salvaba.
Rezaba con gesto obediente en primera fila,
Y una retahíla de méritos huecos
era solo el eco
de un yo prepotente.
Creía que solo mi forma
de seguir tus pasos
era la acertada.
Miraba a los otros con distancia fría
porque no cumplían tu ley y tus normas.
Me veía distinto, y te agradecía
ser mejor que ellos.

Hasta que un buen día
tropecé en el barro,
caí de mi altura,
me sentí pequeño.
Descubrí que aquello
que pensaba logros
era calderilla.
Descubrí la celda,
donde estaba aislado
de tantos hermanos
por falsos galones.
Me supe encerrado
en el laberinto
de la altanería.
Me supe tan frágil…
y al mirar adentro
tú estabas conmigo.

Y al mirar afuera,
comprendí a mi hermano.
Supe que sus lágrimas,
sus luchas y errores
sus caídas y anhelos,
eran también míos.
Ese día mi oración cambió.
Ten compasión, Señor,
que soy un pecador.

(José María R. Olaizola, sj)