Tú solo sígueme

Desde la primera vez que me llamaste
han pasado tantas cosas, Señor.
He atravesado tramos de mi historia
en los cuales me parecía volar
con alas ingrávidas y ligeras.
Pero también etapas
en las que lo único que podía hacer
era avanzar lentamente,
arrastrándome,
perdido en un sinfín de laberintos.
Reconozco que tengo
un manual de excusas y justificaciones…
y algunas bajo especie de bien y santidad.
Y a pesar de todo,
a pesar de conocer
mi biografía de caídas, pretextos y evasivas,
otra vez vienes y me dices:
«No importa. Tú, sígueme.
Con prontitud. Ahora, no mañana.
Despójate de evasivas
que hieren tu alegría más profunda».
A ti, Señor, no te pesan nuestros altibajos
ni siquiera nuestras idas y venidas.
Lo que te molesta son
nuestras soberbias, orgullos y autosuficiencias.
Si hay que mirar atrás sea solo
para agradecer los surcos abiertos
y aprender de los tropiezos.
Solo me pides ser fiel,
pero sin tu gracia no será posible;
fiel cuando me sienta en alegre marcha;
fiel cuando vaya a remolque a ras de suelo
con la afrenta de mi propia imagen rota.
Y tu voz siempre de fondo:
«Deja todo eso en mis manos
y orienta el arado hacia delante.
Necesito nuevos hombres y mujeres
que quieran sembrarse como grano de trigo,
como semilla de mostaza diminuta.
No te preocupes por nada.
Te estoy agarrando fuerte y nunca te soltaré.
Tú, solo, sígueme».

(Fermín Negre)