Odres nuevos
¿Quién no disfruta, alguna vez,
el viaje por la memoria?
¿Quién no tiene rincones
del pasado a los que volver?
¿Quién no conserva, en su silencio,
palabras que al pronunciarse
fueron música?
No es malo llevar tesoros
en el equipaje.
Pero no los convirtamos
en paraíso perdido.
La fe, un día semilla,
ha de dar, aún, fruto,
sin convertirse en fósil
o pieza de museo.
Ya no pintamos bisontes
en el techo de cuevas.
El evangelio no es el eco
de un tiempo perdido,
sino la voz
que, aquí y ahora,
se nos vuelve profecía.
No estamos apurando
los vinos de ayer
en el banquete
de un mundo ya extinguido
o decadente.
Sigamos brindando,
convencidos
y anhelantes,
en la mesa,
siempre nueva,
donde el mundo
cobra sentido.
(José María R. Olaizola, sj)
el viaje por la memoria?
¿Quién no tiene rincones
del pasado a los que volver?
¿Quién no conserva, en su silencio,
palabras que al pronunciarse
fueron música?
No es malo llevar tesoros
en el equipaje.
Pero no los convirtamos
en paraíso perdido.
La fe, un día semilla,
ha de dar, aún, fruto,
sin convertirse en fósil
o pieza de museo.
Ya no pintamos bisontes
en el techo de cuevas.
El evangelio no es el eco
de un tiempo perdido,
sino la voz
que, aquí y ahora,
se nos vuelve profecía.
No estamos apurando
los vinos de ayer
en el banquete
de un mundo ya extinguido
o decadente.
Sigamos brindando,
convencidos
y anhelantes,
en la mesa,
siempre nueva,
donde el mundo
cobra sentido.
(José María R. Olaizola, sj)