Lengua de discípulo

Saber decir al abatido
una palabra de aliento.
Saber mirar su dolor,
y adivinar los resquicios
por donde se abre un mañana.
Saber curar sus heridas
con discreción y paciencia.
Saber aquietar desvelos
mostrando una paz posible.
Saber sembrar, en su tierra,
las semillas de una vida
que se yergue, vencedora.
Saber amar, en silencio,
las flaquezas y desgastes,
las roturas y cansancios.
Saber contar que el Amor
ni se rinde, ni abandona
nuestro barro.

(José María R. Olaizola, sj)