El profeta en su tierra

Nadie es profeta en su tierra
y, sin embargo,
hay que serlo.

Hay que levantar la voz
para gritar que es posible
desmantelar los rencores,
desconectarse del odio,
y acostumbrarse al silencio,
antesala de palabras
que han de romper los candados
que separan y dividen.

Hay que regresar a casa
y remover certidumbres,
desenmascarar inercias,
mostrar que hay otros caminos
para celebrar la vida.

Basta ya de laberintos
en que se gastan los días
inventando recorridos
que a ningún lugar conducen.

Basta de duelos estériles
entre esgrimistas de versos
que conocen los discursos
pero ignoran el amor.

Y aunque ataquen al profeta,
por mostrar, en su retorno,
que otra mirada es posible,
seguirá plantando cara,
porque lleva dentro el fuego
que en su entraña puso Dios.

(José María Rodríguez Olaizola, sj)