Coloquio para un viaje
Dios Padre bueno, que has tejido nuestros caminos para propiciar los encuentros y acortar las distancias que nos separan.
Tú que, a través de tu hijo Jesucristo has querido encarnarte en el misterio humano y sufrir, como nosotros, el cansancio y el azar de los caminos del mundo. Acompáñanos en este viaje, porque también aquí hay trayectos arduos y fatigosos como aquellos caminos polvorientos de Galilea.
Acompáñanos Tú, porque también aquí hay senderos misteriosos como el de Emaús, que nos llevan sin ruido al descubrimiento del otro y que conservan aún la luminosa facultad de transformarnos.
Y, cuando lleguemos al final de nuestro camino y cumplamos una vida de búsquedas y encuentros, de signos sencillos y cotidianos, acógenos Tú y congréganos Tú en la encrucijada inmensa de tu corazón de Padre.
Tú que, a través de tu hijo Jesucristo has querido encarnarte en el misterio humano y sufrir, como nosotros, el cansancio y el azar de los caminos del mundo. Acompáñanos en este viaje, porque también aquí hay trayectos arduos y fatigosos como aquellos caminos polvorientos de Galilea.
Acompáñanos Tú, porque también aquí hay senderos misteriosos como el de Emaús, que nos llevan sin ruido al descubrimiento del otro y que conservan aún la luminosa facultad de transformarnos.
Y, cuando lleguemos al final de nuestro camino y cumplamos una vida de búsquedas y encuentros, de signos sencillos y cotidianos, acógenos Tú y congréganos Tú en la encrucijada inmensa de tu corazón de Padre.