Sáname

Sáname, Señor,
de esta oscuridad
que es andar a ciegas.
De esta tristeza
que es vivir a medias.
De esta sequedad
que es bailar sin música.
De esta soledad
donde no hay prójimo.

Sáname, Señor,
de esta fe acostumbrada,
del amor domesticado,
de esta esperanza
que ya no sueña
en un mañana más pleno,
de esta dureza
del corazón de piedra
y esta suavidad
de las palabras cómodas.

Sáname, Señor,
de las constantes excusas
que me paralizan,
de la incapacidad de renunciar
que me impide elegir,
de la seguridad
convertida en prisión.

Sáname.
Abre mis manos,
mi entraña,
mis ojos.
Que vea.

(José María R. Olaizola, sj)