Dios y Jonás

En tu aflicción, cuando estabas más herido, clamaste a mí, y yo te atendí.
Desde el pozo más profundo, cuando no veías salida, pediste auxilio, y yo te escuché. No hacías pie, sentías que ibas a ahogarte, y tenías la sensación de que yo te había puesto en esa situación. Decías que yo te había abandonado, que te había alejado de mí, y querías verme de nuevo. Pero yo sabía que deseabas encontrarme. Hasta mí llegó tu oración –siempre llega– pidiendo verme de nuevo. Se te acababan las fuerzas, y aunque aún no lo sabías, yo te escuchaba. Yo nunca te abandono.

(Adaptación libre RV)