Un camino que no termina
El pan partido sació
los estómagos vacíos.
Las piedras no pudieron
acallar la Voz del justo.
El sepulcro está vacío.
Quedan unas vendas,
una losa movida
–porque la vida remueve
las losas que nos apresan–,
una ausencia,
y un sendero que se pierde
en el horizonte.
Allí se adivinan la paz,
la concordia,
la risa
de los inocentes
que ya no lloran
amarguras ni derrotas.
Y los pies se mueven,
casi sin darse cuenta,
para perseguir las huellas
de quien nos pide,
hoy y siempre,
seguir caminando.
(José María R. Olaizola, sj)