El Señor dirigió la palabra a Jonás: «Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré». Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando: «Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada».
Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor. La noticia llegó a oídos del rey de Nínive, que se levantó de su trono, se despojó del manto real, se cubrió con rudo sayal y se sentó sobre el polvo. Después ordenó proclamar en Nínive este anuncio de parte del rey y de sus ministros: «Que hombres y animales, ganado mayor y menor no coman nada; que no pasten ni beban agua. Que hombres y animales se cubran con rudo sayal e invoquen a Dios con ardor. Que cada cual se convierta de su mal camino y abandone la violencia. ¡Quién sabe si Dios cambiará y se compadecerá, se arrepentirá de su violenta ira y no nos destruirá!»
Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó.
«Misterios del Rosario Schoenstatt» © Autorización de Coro Alegría
«Amazing Grace» © Autorización de San Pablo Multimedia
Señor, pronuncio nombres
que en mí no se han convertido
en tu imagen,
cargo golpes
que en mí no se han convertido
en tu ternura,
me escuecen insultos
que en mí no se han convertido
en tu humildad,
me cercan situaciones
que en mí no se han convertido
en tu esperanza.
Conviérteme, Señor,
en tu imagen,
tu ternura,
tu humildad,
tu esperanza.
¡Conviérteme, Señor, en ti!
(Benjamín González Buelta, sj)