Uno del público dijo a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ‘¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha’. Y se dijo: ‘Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?’ Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».
«Misterios del Rosario Schoenstatt» © Autorización de Coro Alegría
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La vida buena, no la buena vida.
Esa que escapa de lujos, excesos y oropeles.
La que no cae en las redes del consumo,
ni reduce el gozo humano a vivir acumulando.
La que piensa más allá de pensar en ella misma.
La que no cierra las puertas, la que extiende la mano.
La vida buena, no la buena vida.
Esa que se conforma al pan de cada día.
La que no tiene paredes que la protejan,
ni seguros, ni preocupaciones, ni miedos.
La que se abre a los pobres y distintos.
La que comparte con ellos techo y sueldo.
La vida buena, no la buena vida.
Esa que no se achata por abajo ni por arriba.
La que no se aviene a propiedades,
ni facilidades ni protagonismos.
La que abre, sin descanso, caminos
a la paz, al amor, a la fe y a la alegría.
(Seve Lázaro, sj)