El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio».
«Solo la voz» © Autorización de Beatriz Elamado
«Calm» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Gracias, Señor, por tu silencio.
Se abre delante de nosotros
como un respeto cálido,
donde podemos ensayar
nuestras palabras de aprendices,
alentados por tu mirada
que nos contempla con cariño.
En tu silencio nos decimos,
originales y nuestros,
nos escribimos en tu acogida
de página en blanco.
Trazamos nuestra ruta
en tu hoja azul
de mar en calma
y días luminosos,
o en tu calcinada superficie
de arena y desierto
perdidos en la historia
sin huellas por delante.
A veces en tu silencio
crece nuestra pregunta
como el garfio
en una mano cortada.
Es de acero afilado
nuestra angustia,
es dura y urgente,
y trata de clavarse
en tu misterio mudo
para rasgarlo
de arriba abajo
y para encontrarte
como única respuesta.
Pero tú sólo te revelas
en el tiempo maduro.
Por más que te digas
siempre serás silencio,
infinita palabra
en la que siempre
te seguirás revelando,
cálido respeto
en el que crecemos
al decirnos y estrenarnos.
(Benjamín González Buelta, sj)