Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Tomás contestó: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
«Resurrexit» © Autorización de Atheliers et Press de Taizé
«Tranquilidad total » © Autorización de San Pablo Multimedia
Señor, a veces mi vida está cerrada
como las puertas del cenáculo…
irrumpe en ella con tu Paz.
Señor, a veces mis palabras suenan vacías
y pierden la oportunidad de decirte…
llena mi voz y mi canto de tu Paz.
Señor, a veces mi corazón está pequeño y rígido,
incapaz de latir por lo verdaderamente importante…
inúndalo con tu susurro para que se acompase con el tuyo y se deje afectar.
Señor, a veces mis gestos son fríos y no recuerdan a ti…
abrázame fuerte, en mi debilidad,
para recordar tu modo de ser y hacer.
Señor, a veces mis dudas, mis miedos,
mis desesperanzas, mi cobardía, tapan la voz de tu llamada…
en ese momento, solo tienes que mirarme de nuevo,
y entonces, reconoceré, sin dudar, el camino, el lugar, tu Luz y tu Paz.
(Glòria Díaz)