Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción». La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
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Me sedujiste, Señor,
y me enviaste. A encontrar
un lugar en el mundo.
Y ahora, a tu modo,
vivo buscando…
Ser yo mismo
y reflejo Tuyo.
Convertir cada instante
en tiempo vivido.
Encontrar un nombre,
ese nombre único, distinto,
que es eco de tu amor.
Cantar
allá donde el silencio duela.
Pintar
allá donde haya huido el color.
Abrazar
las soledades heridas.
Llorar los verdaderos motivos
e iluminar lo cotidiano con Tu risa.
Encontrarme, encontrarnos,
en la tierra de todos
Escribir una historia
de bienaventuranza
A mi manera. A Tu manera.
(José María R. Olaizola, sj)