Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».
Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora».
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Quiero que mi despertar cada mañana sea un canto de alabanza a Dios por el nuevo día. Quiero que el consumir mis alimentos sea un canto de agradecimiento a Dios por el don de la vida. Quiero que cada paso que dé sea un canto de petición por todos aquellos que sufren. Quiero que el esfuerzo de mi trabajo sea un canto de unidad y de paz en este mundo fracturado. Quiero que mi cansancio sea un canto de bendición para aquel o aquella que está cerca de mí y me necesita. Quiero que mis abrazos, mis miradas, mis palabras, mis lecturas sean un canto a Dios y a mis hermanos y hermanas.
(Juan Pablo Gil, sj)