Uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” Él contesto: “Id a casa de Fulano y decidle: ‘El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”.
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Ellos consternados se pusieron a preguntarle uno tras otro: “¿Soy yo acaso, Señor?” Él respondió: “El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Soy yo acaso, Maestro?” Él respondió: “Así es”.
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¿Seré yo, Maestro,
quien afirme o quien niegue?
¿Seré quien te venda
por treinta monedas
o seguiré a tu lado
con las manos vacías?
¿Pasaré alegremente
del «hossannah»
al «crucifícalo»,
o mi voz cantará
tu evangelio?
¿Seré de los que tiran la piedra
o de los que tocan la herida?
¿Seré levita, indiferente
al herido del camino,
o samaritano conmovido
por su dolor?
¿Seré espectador o testigo?
¿Me lavaré las manos
para no implicarme,
o me las ensuciaré
en el contacto con el mundo?
¿Seré quien se rasga las vestiduras
y señala culpables,
o un buscador humilde de la verdad?
(José María R. Olaizola, SJ)