Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado”. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Todo lo hago nuevo”.
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Hablemos del Tiempo, hermano,
antes de que sea ido
lo que pudo ser humano.
Antes de que sea en vano
llorar un día perdido,
un surco sin nuestro grano,
un canto sin nuestro oído,
un remo sin nuestra mano.
Hablemos de la tarea
de nuestra caducidad,
que es hacer que el Tiempo sea,
todo él, Eternidad.
(Pere Casaldáliga)