Ya hemos conocido a Herodes, ese rey poderoso, ambicioso y miedoso que vivía en Jerusalén. Pero no era el único hombre poderoso que había por allí. Unos sabios que venían de Oriente habían llegado también a Jerusalén, siguiendo una estrella. A estos hombres sabios también se les llamaba magos, porque su sabiduría dejaba admirados a la mayoría de las personas. Cuando vio su caravana, Herodes los invitó a cenar a su palacio. Y en la cena le contaron que estaban convencidos de que la estrella los iba a llevar hasta un rey de los judíos que había nacido. Claro, Herodes casi se desmaya de la rabia. Pero disimuló, para que lo ayudasen a descubrir dónde estaba ese otro rey, y les dijo que cuando se enterasen, lo avisaran, para ir él también a verlo. En realidad, lo que quería era acabar con él. Los sabios entonces siguieron su camino, sin sospechar sus malas intenciones. Cuando llegaron a Belén, la estrella los guio hasta el establo. Allí acababa de nacer el niño Jesús, y en cuanto los magos lo vieron, se quedaron admirados. Se dieron cuenta de que en ese niño brillaba una luz distinta, que solo los más sabios podían ver. Por eso se arrodillaron y le ofrecieron tres regalos: el oro, digno de un rey; el incienso, digno de Dios; y la mirra, digna de un hombre. Porque todas esas cosas veían. Más tarde, mientras dormían, el ángel de los sueños les contó que Herodes quería perseguir al niño, así que, en lugar de decirle que lo habían encontrado, se volvieron a su casa por otro camino.
Jesús, ayúdame a estar atento para descubrir nuevas estrellas; nuevos mensajeros que me hacen llegar tu Palabra. Ayúdame a seguir mi estrella y buscarte en la gente que me rodea.
Siento una brisa que sigue soplando, es tu presencia Espíritu Santo. Da paz al mundo nos da consuelo, llega y trasforma todos los pueblos. Es tu presencia que está aquí, cierro mis ojos lo puedo sentir. He venido a alabar, he venido a adorar, he venido a exaltar tu nombre, Señor. Veo una luz que guía mis pasos, brilla con fuerza me va renovando. Yendo a su lado no hay tinieblas, todo es certeza si me entrego a ella. Es tu presencia que está aquí, cierro mis ojos y lo puedo sentir. He venido a alabar... He venido a alabarte y a adorarte, mi Señor.