Jesús estaba un día en el templo, enseñando a la gente como hacía a menudo. Entonces le trajeron a una mujer y la pusieron en medio. La mujer había sido infiel a su marido y, según la ley de Israel, el castigo era tirarle piedras hasta matarla. Le preguntaron a Jesús: «¿Qué te parece, tenemos que hacer lo que nos dice la ley o no?» Lo decían para pillarle, porque Jesús siempre estaba hablando del perdón, pero si ahora decía que no había que cumplir la ley, era una falta muy gorda.
Entonces Jesús se puso a escribir en la arena del suelo. Todos esperaban que dijese algo. Al final se levantó, los miró, y les dijo: «El que nunca haya pecado, que tire la primera piedra». Los dejó sorprendidos. Porque la verdad es que todos habían pecado alguna vez y, claro, se daban cuenta de que ellos no eran tan perfectos como para castigar con dureza a la mujer. Así que todos se fueron marchando sin castigarla.
Jesús se quedó con la mujer, y la ayudó a levantarse. Ella estaba nerviosa y agradecida. Jesús le dijo: «¿Al final, ninguno te ha condenado?» Ella dijo: «Ni uno, Señor». Entonces Jesús la miró con cariño y le dijo: «Pues yo tampoco te condeno. Vete, pero no peques más».
Gracias quiero darte por amarme.
Gracias quiero darte yo a ti, Señor.
Hoy soy feliz por que te conocí,
gracias por amarme a mí también.
Yo quiero ser, Señor amado,
como el barro en manos del alfarero.
Toma mi vida, hazla de nuevo.
yo quiero ser un vaso nuevo.
Te conocí y te amé.
Te pedí perdón y me escuchaste.
Si te ofendí, perdóname, Señor,
pues te amo, y nunca te olvidaré
Cuando veo todo oscuro…
Cuando veo todo con ilusión…
Cuando trato mal a los demás…
Cuando trato bien a los demás…
Cuando me atrevo a pedir perdón…
Cuando no me atrevo a pedir perdón…
Gracias porque ese amor me ayuda a cambiar Jesús...
...Gracias por amarme.