Jesús a veces era como un maestro que daba lecciones muy importantes sobre la vida. Como un día que se puso a hablarles sobre el amor. Entonces, a quienes le escuchaban, les dijo: «Os voy a decir algo que a lo mejor os sorprende: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que hablan mal de vosotros. Si alguien te pega en una mejilla, no le respondas con violencia, aunque te quiera seguir pegando. Si alguien te quita algo tuyo, dale algo más».
La gente lo miraba un poco insegura, porque eso que Jesús les estaba pidiendo parecía muy difícil. ¿Cómo vas a amar a tu enemigo? ¿No es mejor acabar con él?
Pero Jesús empezó a explicarles un poco más: «Mirad, lo importante es tratar a los demás como querrías que te traten a ti, y todos queremos que nos traten bien. Veréis, amar a la gente que es amable, eso lo hace cualquiera. Portarse bien con la gente amable también es fácil. Eso lo hace cualquiera. Pero lo que de verdad cambia las cosas es elegir siempre la bondad. Elegir siempre el amor. Elegir siempre la paz. A eso yo lo llamo ser compasivo. No juzgar, no condenar, e intentar perdonar siempre. Porque tal y como tú trates a los demás, verás que así te tratan a ti».
Las personas, después de oírle, se quedaban pensando mucho, porque su enseñanza no era fácil. Pero era bonito imaginarse un mundo en el que todas las personas fueran de verdad amables y generosas unas con otras, así que pensaban que a lo mejor tenía razón.
Me ayuda pensar, me ayuda parar.
Sé que no me gusta la violencia y puedo hablar.
No pensar en 'me', sí pensar en 'we',
sé que no me gusta la violencia y puedo hablar.
Quiero cantar, sentirme bien.
Cuando me enfado no sé bien
cómo salir, cómo arreglar la situación.
Tengo a Jesús, conmigo va,
me da la paz y la amistad
y sé decir: «hasta aquí puedo llegar».