Estaba Jesús en el lago cuando vio dos barcas junto a la orilla; los pescadores habían vuelto de pescar y estaban lavando las redes, que era lo último que hacían cada día.
Jesús subió a la barca de Pedro y le pidió que se apartase un poco de la orilla. Desde la barca, empezó a enseñar a la gente. Cuando acabó, le dijo a Pedro: «Rema mar adentro, y echa las redes para pescar».
Pedro protestó, porque estaba ya cansado y un poco fastidiado: «Maestro, hemos pasado toda la noche pescando y no hemos conseguido ni un solo pez». De todos modos, se fio de Jesús, y le dijo también: «Si me lo dices tú, echaré las redes».
Y pescó tantos peces que no podía con ellos. Tuvo que llamar a los demás para que le echasen una mano porque la barca casi se hundía por el peso. Al ver esto, Pedro, Santiago, Juan y todos los que estaban allí se quedaron con la boca abierta viendo lo que había hecho el Señor. Pedro incluso se asustó un poco.
Pero Jesús le dijo: «No tengas miedo. Desde ahora serás pescador de hombres». Y ellos lo dejaron todo y lo siguieron.
Porque conoces nuestras redes
y nuestra pequeña barca...
Porque conoces nuestra vida
y nuestro corazón ardiente...
Porque siempre nos esperas
a la orilla con una luz encendida...
Porque siempre nos das calor
cuando lo necesitamos...
Porque nos acompañas y nos guías
sin que nos demos cuenta...
...Remaremos mar adentro.