La gente, al principio, estaba entusiasmada. Sentían que Jesús era un profeta y estaban admirados. Y muy orgullosos porque era de su propio pueblo. Alguno decía ¿cómo es posible, si es el hijo de José, el carpintero?
Entonces Jesús les dijo: «Ningún profeta es bien visto en su tierra. Ya les pasaba a profetas antiguos. Por ejemplo, el profeta Elías, no fue enviado a la gente de su pueblo, sino a una viuda de un país lejano, y el profeta Eliseo curó a un leproso que era extranjero».
Con eso les quería explicar que las cosas buenas que anunciaba no eran solo para los judíos. Pero se pusieron furiosos, porque los judíos pensaban que las cosas buenas de Dios solo eran para ellos.
Entonces le llevaron fuera del pueblo, y si se descuida lo tiran por un barranco. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se marchó.
En tus caminos, Señor, por siempre quiero andar.
En tu Palabra, Señor, yo quiero siempre confiar.
Y tus verdades de amor quiero llevar conmigo, Señor.
Porque tu Ley quiero seguir y todos los días con ella vivir.
Tú eres mi fuerza si débil estoy. Sólo en tus brazos encuentro calor.
Y cuando sienta tristeza o dolor, yo confiaré en tu amor.
Yo confiaré en ti, Señor.
Tus pasos yo quiero seguir, dejando el mal hacia atrás.
Si busco tu rostro, Señor, yo sé que allí estarás.
Yo quiero vivir plenamente y olvidar lo que ya pasó.
Todo mi ser, mi corazón, te entrego, Padre, con devoción.
Jesús, gracias por traernos a todos el mensaje de Dios. Tú eres para todos.
Te preocupaste por los que menos tienen… Tú eres Jesús para todos.
Tranquilizaste a los que estaban asustados… Tú eres Jesús para todos.
Ayudaste a ver a los que no comprendían… Tú eres Jesús para todos.
Te acercaste a los que nadie quiere… Tú eres Jesús para todos.
Confío en ti, porque eres un Jesús para todos.