Cuando apresaron a Jesús y lo llevaron a ser juzgado, uno de los jueces era el gobernador romano, que se llamaba Poncio Pilato. Los judíos acusaban a Jesús de haberse nombrado rey. Era una acusación muy grave, porque el rey de los judíos era Herodes, y el emperador estaba en Roma, así que, ¿cómo iba a decir Jesús que sí era rey? Entonces, Pilato se puso a interrogar a Jesús. Le preguntaba: «¿Tú eres rey?» Jesús le dijo: «Seguro que esto te lo han dicho otros de mí» (se refería a los judíos, porque sabía que le estaban acusando falsamente). Pilato le dijo: «Tu gente te ha entregado, ¿qué has hecho?» Entonces Jesús le dijo: «Mi reino no es de este mundo». Se refería a que su reino no tiene nada que ver con el poder, con la fuerza, con la política o con los ejércitos, sino con el amor y con Dios. Pilato le dijo: «Entonces, ¿sí eres rey?» Y él contestó: «Tú lo dices. Yo soy el rey de la verdad». Pilato se quedó muy sorprendido y se daba cuenta de que Jesús tenía razón.
«Verbum Panis.» © Autorización de San Pablo Multimedia
Quiero, Jesús, parecerme a ti.
No quiero ser como un rey lleno de joyas.
Ni desear que me aplaudan solo a mí.
Ni creerme demasiado importante.
Quiero dar gracias por lo bueno que me rodea.
Quiero, Jesús, ser generoso
y que tu reino de amor me importe también a mí.
Todos los días y las noches,
las nebulosas, los cometas,
el sol, la luna, las estrellas,
es todo vuestro y vosotros de Dios.
Todas las rosas de la vida,
espigas, árboles, praderas,
océanos, ríos, montañas,
es todo vuestro y vosotros de Dios.
Toda la música,
las danzas,
los rascacielos, las ciudades,
los libros, artes y culturas,
es todo vuestro y vosotros de Dios.
Todas las veces que perdono,
cuando sonrío y cuando lloro,
cuando descubro mis errores,
es todo vuestro y vosotros de Dios,
es todo nuestro y nosotros de Dios.