Un día que Jesús iba por el camino se acercó un chico a él. Le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para vivir a tu manera?». Jesús le dijo. ¿Cumples los mandamientos? Y él le contestó: Los mandamientos ya los cumplo, Jesús.
Entonces Jesús le miró con mucho cariño, y le dijo: «Pues solo te queda una cosa por hacer. Vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme». Al pobre muchacho se le quedó una cara de susto… porque era muy rico y no quería dar todo su dinero a otros. Así que, en lugar de seguir a Jesús, se marchó por otro camino. Pero se fue muy triste.
Los amigos de Jesús estaban sorprendidos, porque pensaban que es muy difícil eso de vender todo lo que tienes y dárselo a los pobres, así que le dijeron: «Jesús, esto es muy difícil, ¿quién puede hacerlo?» Jesús les miró y les dijo: «Si os fiáis de Dios, todo es posible». Pedro le dijo: «¡Es verdad, Jesús, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido!». Jesús le respondió: «Claro que sí, y a cambio, has recibido mucho más: amigos, alegría, amor… y una vida plena». Y así, los amigos de Jesús siguieron caminando con él, muy contentos.
«Misa de la alegría.» © Permisos pedidos a Siempre así
Sí, yo sí creo en ti. Yo sí creo en ti, Jesús.
Yo te puedo ver, tocar y sentir.
Sí, yo sí creo en ti.
Yo sí creo en ti, Jesús.
Cuando te busqué estabas ahí,
siempre que gocé,
siempre que sufrí.
Creo en ese Amor del que tú me hablas.
Yo sí creo en ti porque estás aquí,
porque estás en mí.
Porque cada día te puedo sentir,
en la belleza te puedo sentir,
en la alegría
y en la tristeza,
en mi familia
y en mi existencia.
Porque viviste para enseñarnos
que sólo se ama sin nada a cambio.
Creo en ese Amor del que tú me hablas.
Yo sí creo en ti porque estás aquí,
porque estás en mí.