Jesús a veces se desesperaba con los discípulos, porque no entendían nada de lo que les enseñaba. Como un día, que les explicaba que le iba a tocar pasarlo mal. Les contaba que le iban a perseguir, y hasta llegarían a matarlo por lo que hacía. Y mientras él les hablaba de estas cosas, ellos, en lugar de intentar entender, estaban preocupados a ver quién era más importante, quién iba a ser más poderoso y más respetado en el reino de Jesús.
Jesús, entonces, les interrumpió, y les dijo que el que quiera ser el primero tiene que hacerse el último. Ellos le miraban y no parecían muy convencidos. Entonces, Jesús puso a un niño en el medio y les dijo que hay que saber acoger a los niños. Es porque ellos estaban pensando siempre en relacionarse con los poderosos, en los jefes, en los sabios… y en cambio Jesús les invitaba a relacionarse con los más sencillos, los que menos poder tienen.
Los humildes (primeros), los presumidos (últimos).
Los generosos (primeros), los egoístas (últimos).
Los que sirven (primeros), los que exigen (últimos).
Los que abrazan (primeros), los que insultan (últimos).
Los que agradecen (primeros), los que no agradecen (últimos).
Los que comparten (primeros), los que acaparan (últimos).
Señor, aquí estoy,
preparada para darme un nuevo corazón
con latidos de tu amor.
Dame agua verdadera que calme mi sed,
quiero escuchar tu voz y sentir que estás en mí.
Desprenderme de todo lo que no quiero ser,
sentirme a tu lado cuando ya no pueda más,
tender mi mano junto a la tuya
y formar un puente de amor que nada pueda romper.
Señor, aquí estoy,
preparada para hacer de mi sencillo
hogar tu nueva casa donde estar.
Dame fe firme y entera para caminar,
que mueva las montañas, que mi tierra tenga sal.