Los fariseos eran un grupo de personas que siempre estaban dando la lata a Jesús. Decían que no cumplía las obligaciones religiosas, que hablaba de Dios de una manera muy extraña, y que se saltaba la ley, por ejemplo, cuando tocaba a los leprosos o perdonaba a los pecadores. Así que siempre estaban criticándolo.
Como un día que vieron que los amigos de Jesús empezaban a comer sin haberse lavado antes las manos. (Porque la ley de los judíos decía que lavarse las manos antes de comer era obligatorio). Entonces vinieron a reprocharle eso a Jesús. Pero él les contestó que es mucho más importante lavarse por dentro, porque si solo cumplimos la ley por fuera, eso es actuar para aparentar. Les dijo: no os preocupéis tanto de la suciedad de fuera, sino de todas esas cosas que tenemos dentro y necesitamos barrer: los malos humores, el robo, el asesinato, la envidia, la mentira y muchas cosas más. Eso es lo que nos debería preocupar. Les dejó con la boca abierta y no sabían qué replicarle.
Aunque te quiero mucho, Jesús
y sé lo que quieres de mí,
a veces soy como los fariseos,
que no quieren a la gente.
Ayúdame a darme cuenta,
y a perdonar a quienes no aman.
Sé que me ayudarás
y eso me hace estar alegre.
Te doy gracias porque muchas veces
me importa lo que les pasa a otros,
a los que me quieren
y a los que no conozco.
Gracias, Jesús.