La gente no se aclaraba mucho con Jesús. Por una parte, lo conocían. Para ellos era el hijo de María y José, el carpintero de Nazaret. Pero claro, Jesús decía que él era el enviado de Dios, y que había bajado del cielo. Así que le miraban extrañadísimos.
Tampoco entendían eso de que él era como el pan que quita el hambre. Jesús intentaba explicárselo una y otra vez. Les decía que, como nadie ha visto a Dios cara a cara, lo mejor para aprender cómo es Dios era mirarle a él, al propio Jesús, pues hablaba en su nombre.
«En medio de ti.» © Difusión libre cortesía de Proyecto Nahum
Solo sé que fuiste Tú quien me llamó a ser instrumento de consolación,
hoy te doy mi sí de nuevo aunque sé de mi pecado,
pues confío en Ti, Señor, que vas conmigo.
No se puede amar a Dios a quien no vemos,
si no amamos al hermano a quien vemos;
cuando quiera yo medir cómo va mi amor
a Dios miraré si amo a todos mis hermanos.
El amor no tiene fronteras, el amor no tiene fronteras.
Cada día siento que Tú me lo pides, que yo dé mi vida por llevarte a todos,
con detalles muy pequeños y con gestos muy humanos
para hacer feliz a quien está a mi lado.
Pero no podemos dar si no tenemos
y por eso es necesaria la oración,
para amar como Tú amas,
perdonar como Tú hiciste
y sembrar paz y alegría al caminar.
Como Tú quiero estar siempre disponible
y que todo el que me busque a Ti te encuentre,
porque yo les dé mi vida como la darías Tú
y así puedan darte gracias y seguirte.
Haz que no pase de largo ante mi hermano
y que sean para mí los preferidos,
los enfermos, los pequeños, los que sufren y los pobres
porque Tú, Señor Jesús, vives en ellos.