Al llegar el día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en la misma casa. Aún pasaban mucho tiempo escondidos, por miedo a que las autoridades judías les persiguieran, como habían perseguido a Jesús. De repente, un ruido fuerte, como si fuera un viento muy intenso, resonó en la casa. Y vieron unas llamas de fuego que se posaban sobre cada uno. Era el Espíritu de Dios. Todos empezaron a hablar en distintos idiomas. Era como si Dios les mandase hablar con todo el mundo.
Entonces salieron a la calle. Ya no tenían miedo. Jerusalén estaba lleno de judíos de muchos lugares, de ciudades y países muy lejanos; y estaban sorprendidos, porque los amigos de Jesús hablaban en todos los idiomas, contando siempre las maravillas que había hecho Dios.
«Hijos de la vida.» © Autorización de San Pablo Multimedia
Sentir juntos la alegría,
sentir juntos una vida
que el Espíritu regala
a todos y cada día.
El Espíritu es el alma
que anima nuestro vivir.
El Espíritu es la fuerza
que alienta nuestros esfuerzos.
El espíritu es la paz
que apacigua nuestros miedos,
el Espíritu es bondad
en los corazones buenos.
(Joaquín García de Dios)
Espíritu de sabiduría: ven, espíritu de Dios
Ayúdanos a construir la paz, ven, espíritu de Dios.
Sé la fuerza para caminar cada día: ven, espíritu de Dios
Consuélanos en los días malos: ven, espíritu de Dios.
Sé el maestro que nos enseñe la bondad: ven, espíritu de Dios.
Pon en nuestro interior una semilla de alegría: ven, espíritu de Dios.
Tú, que traes la risa, el buen humor y los juegos compartidos: ven, espíritu de Dios.