A Jesús le gustaba mucho la gente sencilla, los más humildes. Y por eso, un día se puso a rezar y le decía al Padre: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque tus verdades no están reservadas para que las entiendan los más listos, los más poderosos, o los que tienen más estudios; las entienden todos los que tienen un corazón sencillo. Sí, Padre, tú has querido ser así». Y luego se puso a enseñar a sus amigos, y les decía que el que quisiera saber cómo es Dios no tenía más que mirar a ver cómo es Jesús.
Además de enseñarles, también era un amigo cariñoso, que le decía a la gente: «Venid a donde yo estoy, los que andáis cansados y agobiados, y yo cuidaré de vosotros. Vivid como yo, y aprended de mí, porque yo soy tranquilo y humilde, y veréis qué contentos os sentís. Porque mi camino es llevadero, y mi forma de hacer las cosas es posible para cada uno de vosotros».
Me gusta la gente sencilla.
Tengo un corazón sencillo.
Enseño a mis amigos.
Soy cariñoso.
Cuido del cansado y agobiado.
Soy tranquilo y humilde.
Vivo contento.
Mi forma de hacer las cosas es posible para ti.
Gracias, Jesús.