Tomás era uno de los amigos de Jesús. Un día llegó a casa y se encontró a todos los demás muy emocionados y nerviosos. «Pero, ¿qué pasa?» –preguntó– «Que ha estado aquí Jesús», decía uno. «Que está vivo», añadía otro. «Nos ha deseado la paz y nos quiere enviar a todo el mundo», decía uno más. Pero Tomás estaba enfurruñado. «¡No me lo creo!», dijo. «¿Cómo que no te lo crees?» le preguntó otro. «Que yo, si no lo veo y lo toco, no lo creo. ¿Cómo va a estar vivo?» –insistía Tomás–. Y aunque le intentaron convencer, él se quedó sin creerlo.
Una semana después estaban todos juntos, también Tomás. Y apareció Jesús en medio. Se quedaron muy sorprendidos. Jesús se acercó a Tomás. Le tomó de la mano y la acercó a las heridas que le habían quedado de los clavos. Tomás estaba temblando del susto. Pero también de la emoción, porque se dio cuenta de que de verdad era Jesús. Entonces se echó a sus brazos, mientras decía: «Señor mío y Dios mío». Estaba muy contento de que estuviera vivo, y un poco avergonzado por no haberlo creído antes. Jesús, mirando a Tomás, y también al resto, les dijo: «Felices quienes crean sin haber visto» (que era lo mismo que decirles, felices los que crean con los ojos del corazón).
Luego se marchó. Pero ellos sabían que estaba vivo y que ya nunca le perderían.
«Sol Fe Ando.» © Autorización de Alvaro Fraile
Jesús, hoy quiero aprender a hacer las cosas de otro modo…
Mirar con otros ojos, los que saben ver lo bueno que hay en los demás, los que miran con ternura y no con desprecio…
Escuchar con otros oídos, esos que se prestan a quien más lo necesita, que dedican tiempo e interés en vez de indiferencia…
Tocar con otras manos, las que acarician y abrazan, que se tienden al que las necesita, no manos que empuñen armas de odio o venganza…
Saborear cada instante, disfrutarlo, no perderlo. Porque cada momento junto a quienes quiero es único…
Y oler… a pleno pulmón, oler el perfume de la brisa, la lluvia sobre la tierra mojada, y el amor que me regalas cada nueva mañana…