En tiempo de Jesús pasaba como en todas las épocas, que había personas que se creían mejores que otras y los iban mirando por encima del hombro. Entonces, Jesús les dijo a sus amigos: «Vosotros no seáis presumidos. Mirad, os voy a contar una historia: Dos hombres fueron al templo a orar. Uno de ellos era un fariseo. Se creía mejor que los demás, y se puso en el centro para que todo el mundo lo viera, y rezaba diciendo: ‘Gracias, Dios, por hacerme tan guay. Soy el mejor. Rezo bien. Me porto bien. Cumplo la ley. Soy un crack’. El otro era un publicano. Los publicanos eran considerados pecadores por los judíos. Y este se puso a rezar en una esquina, diciendo, en voz muy baja: ‘Señor, ya sé que me equivoco mucho, y que a veces me he portado fatal. Pero ayúdame, ten compasión de mí’. ¿Sabéis qué? –dijo Jesús a sus discípulos– que a Dios le gusta mucho más la oración del que es humilde que lade quien es un chuleta».
«La lluvia de tu misericordia. » © Difusión libre cortesía de Ixcís
Transforma mi vida, Señor.
Transfórmame, transfórmame.
Y dame tu corazón, conviérteme.
Transforma mi vida, Señor.
Transfórmame, transfórmame.
Y dame tu corazón, aumenta mi fe.