Otro día Jesús les contó varios de esos cuentos que se llaman parábolas, y que servían para que entendiesen bien las cosas. Ese día les contó el del ciego, el del hombre sucio y el del árbol. ¿Sabes cuáles son? Esto es lo que les dijo:
«Mirad, ¿os imagináis un ciego que necesita la ayuda de alguien para llegar a otro sitio? Y, sin darse cuenta, le pide ayuda a otro que también está ciego. Lo que les va a pasar es que van a terminar los dos perdidos». Con eso les quería decir que, en la vida, todos necesitamos aprender de algún maestro que sabe más que nosotros.
Jesús también se dio cuenta de que la gente muchas veces estaba sacándoles defectos a los demás, y criticándose unos a otros. Por eso, también les enseñó diciéndoles: «Oye, no os paséis todo el día mirando lo que hacen mal los demás para criticarlos. Porque a veces lo que hay que mirar es lo que hace mal uno mismo, para cambiarlo. Que si no, nos va a pasar como a esos que están criticando que el otro tiene una pequeña manchita en la ropa, y sin embargo ellos van sucios del todo y ni se dan cuenta. Mejor sería que se lavasen, antes de criticar la mancha del otro».
Y terminó aquel día con otra enseñanza. Les dijo: «Todos somos como árboles. Y damos frutos. Pero los árboles buenos dan frutos buenos, y los malos dan frutos malos. Así que examina cuáles son los frutos que tú das en la vida, y entonces sabrás cómo eres».
Con todas estas lecciones les hacía pensar muchísimo, pero les venía muy bien.
«Dame vida. » © Difusión libre cortesía de Brotes de Olivo