Jesús estaba empezando su tarea. Hasta hacía poco había sido un hombre normal, trabajando en su pueblo. Pero ahora que empezaba a curar enfermos, a anunciar la buena noticia y la gente le conocía, se iba haciendo famoso. Entonces se fue al desierto, buscando tiempo para rezar y para pensar. Y es que Jesús también tenía tentaciones. No estaba seguro de cuál era el mejor camino. Por ejemplo, a veces pensaba: «¿Y si utilizo el poder, la fuerza o la magia para convencer a todos?» o «¿Y si le pido a Dios que me haga volar, para que la gente se sorprenda?» Claro, así la gente le creería. Pero Jesús se daba cuenta de que por ese camino no iba a conseguir lo más importante, que es transformar los corazones. Por eso, en ese tiempo de soledad, fue pidiéndole a Dios que le iluminase. Y rechazó todas las tentaciones. Y volvió a Galilea para seguir predicando la buena noticia como siempre, con sus palabras y el ejemplo de su amor por todos.
«Palabras de vida.» © Autorización de San Pablo Multimedia
Para que me ayudes a compartir,
para que me ayudes a no engañar,
para que me ayudes a no llamar la atención,
para que me ayudes a ser pobre,
para que me ayudes a limpiarlo,
para que me ayudes a aceptarme…
…aquí tienes mi corazón.
Quisiera un corazón bueno,
con el sabor del buen pan,
que esté en la mesa de todos,
que solo sepa a fraternidad.
Dámelo, dame un nuevo corazón
y en la palma de tu mano
guárdalo y repártelo.
Quisiera un corazón limpio,
como un pozo de verdad,
que ni se cierre ni aturda,
que no pretenda nunca engañar.
Quisiera un corazón libre,
sin atarse y sin atar,
que deje atrás lo que pesa,
que nunca busque hacerse notar.
Quisiera un corazón pobre,
que no intente acumular,
que luche y tenga esperanza,
que esté dispuesto siempre a arriesgar.