En un pueblo que se llamaba Cafarnaún, había un hombre que no paraba de gritar. Estaba como loco, y la gente le miraba con miedo y le rechazaban, porque decían que tenía dentro un mal espíritu. Un día llegó Jesús y fue a hablar a la sinagoga, que era el lugar de celebración de los judíos. Entonces ese hombre empezó a gritar como loco: «Déjanos en paz, tú que hablas en nombre de Dios».
Pero Jesús, en lugar de enfadarse con él, lo miró y dijo: «Sal de él». Estaba mandando que lo malo de dentro de ese hombre desapareciera. Y así ocurrió. De golpe se quedó sano. Todos los que lo vieron estaban admirados. Les sorprendía que Jesús hablaba con sabiduría y podía acabar con las enfermedades. Así que, aunque entonces no había televisión ni internet, en unos días todo el mundo había oído hablar de él.
«Un solo Dios.» © Autorización de San Pablo Multimedia
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo…
donde haya ofensa, ponga yo…
donde haya discusiones, ponga yo…
donde haya error, ponga yo…
donde haya duda, ponga yo…
donde haya desesperación, ponga yo…
donde haya tinieblas, ponga yo…
donde haya tristeza, ponga yo…