Un día Jesús estaba hablando con sus amigos. Les decía: «Mirad, aunque ahora os parece que todo está bien, y que toda la gente me quiere y me sigue, van a llegar tiempos peores. Muchos me abandonarán. Y los hombres poderosos, los sacerdotes y los maestros de la ley, me perseguirán, me meterán en la cárcel y me condenarán a muerte. Pero no tengáis miedo de que me maten, pues Dios me hará resucitar…» En ese momento Pedro lo interrumpió, lo apartó de los demás y le riñó: «¡De eso nada, Jesús! Pero, ¿cómo dices esas cosas? No permitiré que pase nada de eso». Pero Jesús se enfadó con él y dijo en voz muy alta, para que lo oyeran todos: «Déjame en paz, Pedro. No entiendes nada. Tú piensas como los hombres, no como Dios».
Y les miró a todos y se puso a explicarles: «El que quiera venir conmigo tendrá que aceptar la dificultad, el rechazo y deberá cargar con su cruz. El que solo persigue bienestar, comodidad y privilegios, no ha entendido nada. Yo hablo de entregar la vida, de cuidar a los otros, de amar siempre. Eso es lo que Dios verá cuando mire lo que ha sido la vida de cada uno».
A pesar de que a veces me sienta triste...
A pesar de que me pueda sentir solo...
A pesar de no parar de ver guerras y violencia por muchos sitio...
A pesar de no entender algunas cosas que veo en el mundo…
A pesar de que me cuesta perdonar a los que me hacen daño…
...Jesús, quiero seguir amando.
Gracias, Señor, por mi cruz de cada día,
porque así sigo tus pasos en dolor y en alegría.
Gracias porque sufro y a veces me siento nada,
y tu fuerza en mis caídas me levanta y me salva.
Gracias porque veo en mi miseria tu mirada
que me abraza y me recrea y hace nueva mi alma.
Gracias porque puedo dar sentido al dolor
y sé que Tú estás dando fuerza al corazón.
Si no fuera por esas cosas qué te iba yo a ofrecer,
cómo te iba a hacer sentir lo que te llego a querer.
Si no fuera por esas cosas cómo podría yo
mirarte en la cruz y desear ser como Tú.
Si no fuera por mis penas cómo iba a comprender
al que sufre y desespera anhelando amanecer.